He decidido la idea en diez segundos,
he pensado estos versos en veinte más,
he dudado cinco antes de continuar
y aún así acabo de un modo absurdo.
Sigo con prisas porque he perdido el tiempo,
me quedo sin ideas pero me da igual:
el ejercicio no trata de decir nada nuevo
sino de practicar la agilidad.
Tercer párrafo y minuto tres;
debo ser un genio de la prosa;
a este ritmo acabaré a tiempo
para dar el título al poema.
Me pregunto por qué hago estas cosas,
lo de la agilidad ya no tiene tanto sentido,
me estoy estesando porque sí
y ni siquiera va a quedar bonito.
¡Por fin! Quinto párrafo y a tiempo,
me queda un minuto y estoy agotada
pero por un par de tristes versos
no lo voy a dejar inacabado.
Me pregunto si será hacer trampas
dedicar los últimos segundos a corregir...
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